Madre de hija que superó la anorexia

anónimo
    

Diciembre-2016

Qué difícil es después de cuatro años intentar recordar y resumir todos los momentos y sentimientos que mi cerebro ha querido borrar. Porque hasta hace cuatro años lo único que conocía de la anorexia era su nombre, pero para nada conocía lo que significaba y lo que conllevaba enfrentarse a esta enfermedad.

Hace cuatro años, el día que mi hija Laura cumplía los 13, recibía la noticia de que iba a ser ingresada en la unidad de psiquiatría infanto-juvenil del Hospital Clínico de Valladolid. Ya llevábamos 5 meses de médicos, psicólogos y desesperación… Decía no tener hambre, pero sobre todo le había cambiado el carácter, no parecía divertirse con nada, no quería ir a clase, estaba triste, controlaba todo lo que comía y cómo se cocinaba… Al principio no reconocía verse “gorda”, simplemente no comía porque le dolía la barriga si lo hacía. El caso es que cada mes perdía un poco más de peso y 35kg, aunque era una niña de estatura pequeña, ya era “alarmante” si no se frenaba.
Así que en noviembre de 2012 ingresaba en el hospital, donde le diagnosticaron, anorexia nerviosa restrictiva. Mi cabeza no podía creer lo que estábamos viviendo. Dejaba a mi hija encerrada en un sitio en el que sólo se la podía visitar 2 horas al día, si se portaba bien, vigilada en todo momento por cámaras y rodeada de otros niños con trastornos psicológicos diversos (autismo, hiperactividad, esquizofrenia..).
El ingreso hospitalario fue duro, pero necesario, Laura empezó a tomar conciencia de que algo le pasaba y quería curarse, aún no reconocía tener anorexia, pero sabía que no era como antes, había perdido la alegría y las ganas de vivir y no quería seguir sintiéndose así.
Siempre había sido una niña responsable y obediente así que siguió a rajatabla las indicaciones del personal sanitario del hospital, y en 21 días estaba fuera del mismo, con un peso “aceptable”, aunque en su “cabeza” aún había muchos pensamientos que ordenar.
El cambio social del colegio al instituto, no encajar en el grupo, quizá un ocio demasiado exigente, para una niña que ya de por sí se exigía demasiado… ¡quién sabe!
El caso es que asimilar la situación que teníamos en casa me llevo bastante tiempo, como madre no dejaba de preguntarme ¿cómo había podido pasar?
Me invadían sentimientos de culpabilidad: ¿qué había hecho o había dejado de hacer para desencadenar que mi hija se comportara y se sintiera así?
Sentimientos de impotencia: al ver que tu hija, la persona que más quieres en la vida y por la que sin dudarlo darías la tuya, decide destruirse poco a poco… sin poder hacer nada para frenarlo. No funcionaban los enfados, los castigos, los chantajes y tampoco funcionaban los reconocimientos, los razonamientos ni los premios.
Tras el ingreso hospitalario le recomendaron acudir al hospital de día para completar el tratamiento, y eso hicimos. Yo pensaba que el problema estaba prácticamente solucionado; llevábamos ya 6 meses desde que había aparecido el TCA en casa y desde mi ignorancia, me parecía tiempo suficiente para darlo por zanjado. El aspecto de Laura era mucho más saludable, aunque seguía estando triste.
Nuestra experiencia en el hospital de día fue bastante negativa. Por definirlo en una palabra un “cebadero”, sin ningún tratamiento psicológico… debía de ir todos los días laborables, a la salida de clase para comer, merendar y cenar. Le recetaron batidos energéticos y siguió ganando peso rápidamente, que hizo que su evolución también fuera rápidamente hacia atrás.
Seguía controlando la comida, tiraba el almuerzo, estudiaba de pie para quemar calorías…. Y toda la familia nos habíamos obsesionado con que no perdiera ni un gramo el fin de semana, pues se veía recompensado con más batidos energéticos durante la semana.
La obsesión por la recuperación física había supuesto claramente un retroceso en la recuperación psicológica. Así que bajo la petición angustiosa de la niña, que cada vez estaba más obsesionada con las calorías, mi marido, (que paradójicamente es médico) y yo, decidimos pedir el alta voluntaria del hospital de día.
Decisión comprometida y difícil… sabíamos que nuestra hija no estaba curada, que necesitaba una ayuda que nosotros no sabíamos proporcionarle, pero también estábamos viendo que ese camino no era el correcto, así que en nuestra andadura de no saber qué hacer ni a quién acudir, nos topamos con psiquiatras privados de prestigio, con clínicas privadas de lujo y una agenda tan ocupada, que apenas les daba tiempo para recordar a sus pacientes de una cita a la siguiente.
En mi cabeza seguían los sentimientos de culpabilidad, impotencia, frustración: Pasaba el tiempo y Laura seguía comiendo poco, había reconocido su enfermedad y quería curarse, reconocía sentirse gorda, igual, según sus palabras, que se sentía fea, torpe o que no servía para nada, pero no encontrábamos la ayuda necesaria para conseguir vencer la anorexia.
Prácticamente me había resignado a que viviera con la enfermedad, me daba igual que tuviera que vivir controlando la comida, igual que a otros les toca vivir controlando su insulina o con medicación crónica, pero lo que no estaba dispuesta era a renunciar a su felicidad. Tenía que recuperar la alegría y las ganas de vivir.
Así que seguimos buscando, preguntado y llegamos a ACLAFEBA. Laura enseguida se sintió comprendida, cómoda… Yo aliviada de poder compartir mi experiencia con gente que había pasado o estaba pasando por lo mismo y esperanzada al ver que otras personas se habían recuperado de la enfermedad.
Comenzamos con las terapias individuales, de grupo, familiares y poco a poco se iban viendo progresos y aunque avances unos días eran retrocesos otros, ahora avanzábamos cuatro pasos y sólo retrocedíamos dos…

No fue un camino corto ni fácil, pero después de dos años en la asociación Laura comía prácticamente con normalidad, había dejado la medicación, su carácter había mejorado notablemente y su control con la comida, era prácticamente nulo y llegó un día en el que ese control y la enfermedad despareció, igual que vino se fue, bueno igual no… ha dejado un rastro en la vida de todos los que lo vivimos de cerca y sobre todo en mi hija… El precio que ha pagado ha sido muy alto, 3 años de su vida esclava de la comida, quizá unos centímetros de altura… pero ha adquirido en 3 años una madurez que quizá yo tardé más de 20 años en tener y que sólo el paso del tiempo me la proporcionó. Se ha convertido en una persona con una gran inteligencia emocional, ha aprendido a decir no, ha entendido que no se puede, ni siquiera es conveniente agradar a todo el mundo, ha aprendido a valorarse, a quererse a estar segura de sí misma, a no frustrarse ante situaciones difíciles, a no exigirse tanto, su autoestima ha dado un giro importante y se ha hecho una persona más fuerte.
Después de todo este tiempo sigo sin saber con certeza las causas que la llevaron a padecer la enfermedad. La anorexia no entraba en mi planificación de problemas adolescentes, ni de lejos había contemplado esa posibilidad y si retrocediera en el tiempo no sé si sabría evitarla, lo que sí que tengo claro es que se cura, que no es una enfermedad de niñas consentidas, ni un capricho por llamar la atención, no es una enfermedad de personas superficiales que sólo piensan en su físico, ni se evita con dos azotes a tiempo. También creo que como sociedad todos tenemos un poquito de culpa, con nuestros cánones de belleza, exigencias y competitividad.

…y no puedo despedirme sin agradecer a la asociación TODO lo que nos ha dado, y ese TODO es con mayúsculas, porque nos abrió una esperanza cuando lo veíamos todo negro y no sabíamos a quién acudir y devolvió la Felicidad a mi hija y la “normalidad” a nuestra familia.
Gracias también a mi otra hija, que con sólo 10 años sufrió las ausencias semanales de su hermana y de sus padres en terapias, las tensiones diarias y las comidas estrictas para todos….y en ningún momento protestó ni dificultó más la situación, sino todo lo contrario.
… y No, No me avergüenzo de tener una hija que ha padecido anorexia, no tengo por qué avergonzarme. Me siento orgullosa de que con ayuda, TODOS hayamos sido capaces de superar la enfermedad.

… y a ti Anorexia, ya sé que algunas veces te vas con intención de volver, pero si vuelves por casa que sepas que no vamos a salir corriendo, nos volveremos a enfrentar a ti, porque ya tenemos herramientas para hacerlo y tendrás que volver a marcharte.