Cuando te expones. Cuando luchas día a día. Cuando le haces frente

    

Octubre-2019

Soy una chica normal, con una vida normal y esta es solo una mínima parte mi historia. La historia de una relación con una enfermedad que me ha hecho crecer como persona pero que a la vez, casi me lleva a desaparecer de este mundo.

He querido comenzar a escribir esta historia cuando todavía estoy en tratamiento. Mi intención con ello no es otra que poder sacar a la luz un problema a veces poco considerado o conocido y ayudar a todas aquellas personas que puedan estar pasando por situaciones similares.

Actualmente tengo 29 años, y sigo con tratamiento terapéutico y farmacológico para superar la bulimia y otros trastornos asociados como el trastorno depresivo, fobia social o el miedo a exponerme delante de la gente.

La relación obsesiva con mi cuerpo viene desde hace muchos años. En el colegio era una niña con sobrepeso, “la gordita de la clase”, decían algunos. En plena adolescencia, mi cuerpo era diferente al del resto de las chicas. Yo no tenía su cintura, tampoco su estatura, ni sus piernas, ni su cara alargada…
Comencé a hacer dietas. Adelgazaba y me sentía bien. Volvía a engordar y todo comenzaba a empeorar. Volvía a hacer dietas. Volvía a adelgazar. Y así pasé muchos muchos años, odiándome o queriéndome en función a los cambios que mi cuerpo experimentaba o que yo le provocaba.

Entre los años 2017 y 2018 supe que algo en mi cabeza no marchaba bien y que la relación con la comida había superado un límite extremadamente peligroso. Los atracones de comida eran diarios, los realizaba de manera solitaria, de forma incontrolada y con un gran sentimiento de culpa tras dicha actuación. Hasta ese momento, no había conductas compensatorias después de los atracones, no vomitaba, no hacía uso de laxantes ni tampoco un ejercicio excesivo, pero sí tenía sentimientos muy negativos y un gran desprecio hacia mi propia persona. Pasaron los meses, y obviamente tuve que pedir ayuda profesional, sentarme con mi pareja, con mi familia, mis amigas y contarles lo que estaba ocurriendo en mi vida.

A finales del año 2018 tomé la decisión de cambiar de trabajo, mudándome a otro municipio acompañada de mi pareja, quien ha estado siempre a mi lado en todo momento.

Pero mi enfermedad siguió avanzando. A pesar de acudir a terapia, de estar en tratamiento, de estar acompañada… toqué fondo.
Estuve nueve meses sometida a mucho estrés laboral, el cual canalizaba a través de la comida.
Los atracones continuaban. No tenía ganas de salir. No quería estar con la gente o que la gente me viese. Era horrible.
Eso de “ir de compras”, no existía para mí. Porque siempre usaba la misma ropa.
No podía cocinar.
No podía comer sola.
No podía hacer la compra sola.
Ni siquiera podía pasar al lado de una máquina de snacks sin sentir esas fuertes palpitaciones en mi corazón.
Mi relación con los alimentos se basaba en un cúmulo de sensaciones y emociones negativas pero a la vez era mi “droga” para evadirme de los problemas.
¿Podéis imaginar lo que puede ser sentir que no quieres comerte ese maldito Donuts pero a la vez necesitarlo para ser feliz? NECESITARLO PARA SER FELIZ.
Y, que tal vez después de ese donuts no puedas controlar comerte otro, y otro, y otro… Y después, cuando termines, vienen los autoreproches, autodesprecios y autocastigos.
Además, tienes que aguantar a toda esa gente que te dice: “pero bueno, ¡cuánto peso has cogido!”, ¡qué gorda te has puesto, tienes que cuidarte!
No os imagináis lo que duele…

Los ataques de ansiedad eran diarios…Y comencé a vomitar. Quería expulsar de mi cuerpo todo aquello que hubiera comido de manera compulsiva, que me fuera a engordar. Vomitaba una, dos, tres veces al día…
También hubo semanas de diarreas y dolores de estómago somatizados, yo misma me los provocaba.
Comencé a querer autolesionarme, y lo hice en ocasiones. Quería castigarme, y en cierta medida, aliviar mi dolor emocional con un dolor físico. Con un tipo de dolor que se pudiera curar poniendo una tirita, una gasa, unos puntos… Porque cuando existen este tipo de enfermedades es tan grande el dolor que se siente dentro que necesitas aliviarlo y expulsarlo de alguna manera.

Y, ¿sabéis qué?, me sentí sola. Muy sola. Y solo quería desaparecer. ¿Para qué seguir viviendo? ¿A quién le va a importar si dejas de existir? Realmente a nadie… porque a nadie le importas, estás sola, pensaba. Pero miraba al lado y veía a mi perro, y pensaba que no quería dejar de verlo nunca. Además, ¿qué explicación le iban a dar a mi sobrino de 5 años? Y, ¿mi madre?
Tenía que seguir luchando…Siempre hay motivos para seguir luchando.

Recuerdo un día de verano: llegué a casa muy disgustada del trabajo, quería dejarlo, no me hacía feliz y encima había discutido con mi jefa (otra vez). No recuerdo nada de lo que hice al llegar a casa, solo recuerdo coger algo para hacerme daño, mucho daño. Quería desaparecer. Irme. Para siempre. Pero entonces, cuando llego el momento, algo hizo “click” en mi cabeza. Ese click que empezó a cambiarlo todo. Solo recuerdo eso.

A los dos días presenté la baja voluntaria en el trabajo. Porque al igual que hay personas tóxicas en tu vida, hay trabajos y entornos que también lo son y todo lo malo hay que alejarlo de nuestra vida. Aunque cueste, aunque duela. Es muy importante concienciarse de que el camino correcto a veces no es el más sencillo pero nos tenemos que priorizar a nosotros mismos, por encima de todo.
Comencé por hacer cosas que me gustan. Por dedicarme el tiempo que antes no me había dedicado. Por estudiar algo que siempre he deseado.

Sigo con mi trastorno, con mi tratamiento, no estoy rehabilitada y sigo sufriendo algunos de los síntomas pero ahora por lo menos pretendo que todo lo que me rodea sea lo mejor posible o, al menos, que me haga bien. No es fácil, nada fácil, pero procuro mirarme cada mañana al espejo y decirme a mí misma que lo intento. Que intento vivir la vida que me hace feliz y no la que me lleva a la oscuridad. Se puede. Al final depende únicamente de mi volver a estar bien.
Lo que hoy es la mayor prueba de mi vida, mañana será mi mejor testimonio, nuestro mejor testimonio. Si hay días que cuesta más, pues habrá que tener un poquito más de paciencia. Si voy un poco más despacio, no pasa nada, intento no reprochármelo. A veces es normal y necesario ir algo más lento. Pero no hay que parar, no hay que rendirse. Hay que seguir queriendo. Se puede, insisto. Porque la vida está siempre para adelante y ese es el camino correcto.

Espero que “esto” pueda ayudar, concienciar y motivar a cualquier persona que se vea reflejada, que conozca a alguien con este tipo de trastornos, o simplemente, que quiera conocer cómo se puede sentir una persona con bulimia, anorexia, trastorno por atracón o cualquier otro tipo de adicción.
Repito, soy una chica normal con una vida normal, no soy ejemplo para nada ni para nadie pero por favor, sed amables siempre porque cada persona que veis puede estar luchando su propia batalla.

¡Muchas gracias!